viernes, 26 de septiembre de 2008

FILIPENSES:

FILIPENSES
CAPÍTULO 1
5.(Gál. 2: 20; ver EGW com. Gál. 6: 14; Apoc. 3: 1). ¿Qué es ser cristiano?
Cuando el apóstol Pablo se convirtió de perseguidor en cristiano por medio de la revelación de Cristo, declaró que era como uno nacido fuera de tiempo. Desde ese momento Cristo fue para él todo y en todo. "Para mí el vivir es Cristo", declaró. Esta es la más perfecta interpretación en pocas palabras, en todas las Escrituras, de lo que significa ser cristiano. Esta es la verdad plena del Evangelio. Pablo entendía lo que muchos parecen ser incapaces de comprender. ¡Cuán intenso era su fervor! Sus palabras demuestran que su mente estaba centrada en Cristo, que toda su vida estaba ligada a su Señor. Cristo era el autor, el sostén y la fuente de su vida (RH 19-10-1897).
(2 Cor. 11: 26-27; Efe. 4: 13.) Estatura moral de Pablo.
Pablo alcanzó la plena estatura moral de un hombre en Cristo Jesús. ¡Cuán grande fue el proceso que siguió su alma para desarrollarse! Su vida era un escenario continuo de penalidades, conflictos y afanes [se cita 2 Cor. 11: 26- 27] (Carta 5, 1880).
CAPÍTULO 2
5 (Juan 8: 12; ver EGW com. Tito 2: 10). Luz para los humildes.
"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". Si os esforzáis con toda humildad por comprender cuál es el sentir de Cristo, no seréis dejados en oscuridad. Jesús dice: "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (YI 13-10- 1892).
5-8 (Juan 1: 1-3, 14, Heb. 2: 14-18; ver EGW com. Mar. 16: 6; Luc. 22: 44; Juan 10: 17-18; Rom. 5: 12-19; 2 Cor. 8: 9; 1 Tim. 2: 5; Heb. 3: 1-3). Las humildes circunstancias de la vida de Cristo.
Después de que Cristo condescendió en abandonar su suprema autoridad, en descender de una altura infinita para tomar la humanidad, pudo haber tomado para sí cualquier condición de ser humano que hubiera elegido; pero la grandeza y la jerarquía eran nada para él, y escogió la más humilde forma de vida. Belén fue el lugar de su nacimiento; por un lado su ascendencia era pobre, pero Dios, el dueño del mundo, era su Padre.
En su vida no hubo vestigios de lujo, comodidades, complacencia propia ni deleites, sino que fue una sucesión continua de abnegación y sacrificio propio. De acuerdo con su humilde nacimiento, indudablemente no tuvo grandeza ni riquezas, para que el creyente más humilde no pudiera decir que Cristo nunca supo lo que era la angustia de la pobreza apremiante. Si hubiese poseído la apariencia de la ostentación exterior, de la riquezas, de la grandeza, los más pobres habrían evitado su compañía. Por eso escogió la condición humilde de la gente mucho más916 numerosa (MS 9, 1896).
La fe no debe descansar sobre evidencias externas.
Antes de que Cristo dejara el cielo y viniera a este mundo para morir, era más alto que cualquiera de los ángeles. Era majestuoso y hermoso. Pero cuando comenzó su ministerio era sólo un poco más alto que el término medio de los que viven en la tierra. Si hubiese venido para estar entre los hombres con su noble forma celestial, su apariencia externa habría atraído hacia él la atención de la gente y lo hubieran recibido sin que se ejerciera fe. . .
La fe de los hombres en Cristo como el Mesías no debía descansar sobre evidencias externas y no habían de creer en él debido a sus atractivos personales, sino debido a la excelencia de carácter que hallaran en él, carácter que nunca habían encontrado ni podrían encontrar en otro (2SP 39).
(Col. 2: 9; Efe. 3: 9; 1 Ped. 1:11-12.) El misterio en el cual anhelan mirar los ángeles.
En Cristo moraba toda la plenitud de la Deidad. Pero la única forma en que podía llegar hasta los hombres era velando su gloria mediante un manto de humanidad. Los ángeles contemplaron el ocultamiento de su gloria para que la divinidad pudiera tocar a la humanidad. Cristo siempre odió de todo corazón el pecado; pero amaba a los que había comprado con su sangre. Sufrió en lugar de los hombres pecadores, llevándolos a estar en comunión consigo mismo.
Este es el misterio en el que anhelan mirar los ángeles. Desean saber cómo Cristo pudo vivir y trabajar en un mundo caído, cómo pudo mezclarse con la humanidad pecadora. Para ellos era un misterio que Aquel que odiaba el pecado con intenso odio sintiera la más tierna y compasiva simpatía por los seres que cometían pecados (ST 20-1-1898).
(Col. 1: 26-27.) Una mezcla inexplicable.
Cristo no podría haber hecho nada durante su ministerio terrenal para salvar a los hombres caídos, si lo divino no se hubiera mezclado con lo humano. La limitada capacidad del hombre no puede definir este admirable misterio: la mezcla de las dos naturalezas, la divina y la humana. Esto nunca se podrá explicar. El hombre debe maravillarse y quedar callado. Y sin embargo, el hombre tiene el privilegio de ser participante de la naturaleza divina, y de esa manera puede, en cierta medida, penetrar en el misterio (Carta 5, 1889).
Lo más maravilloso de la tierra o del cielo.
Cuando deseemos estudiar un problema profundo, concentremos nuestra mente en lo más maravilloso que jamás haya acontecido en la tierra o en el cielo: la encarnación del Hijo de Dios. Dios dio a su Hijo para que muriera una muerte de ignominia y de vergüenza por los seres humanos pecadores. Él, que era el Comandante en los atrios celestiales, se quitó su manto real y su corona regia, y revistiendo su divinidad con humanidad vino a este mundo para estar a la cabeza de la raza humana como el hombre modelo. Se humilló a sí mismo para sufrir con la raza humana, para ser afligido en todas las tribulaciones de los seres humanos.
Todo el mundo era suyo, pero se vació tan completamente de sí mismo que declaró durante su ministerio: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza" [se cita Heb. 2: 14-18] (MS 76, 1903).
Cristo por encima de toda ley.-
El Hijo de Dios vino voluntariamente para llevar a cabo la obra de la expiación. No había un yugo obligatorio sobre él, pues era independiente de toda ley y estaba sobre ella.
Los ángeles, como mensajeros inteligentes de Dios, estaban bajo el yugo de obligación; ningún sacrificio personal de ellos podía hacer expiación por el hombre caído. Sólo Cristo estaba libre de las exigencias de la ley para emprender la redención de la raza pecadora. Tenía poder para poner su vida y para tomarla otra vez. "Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse" (SW 4-9-1906).
(Exo. 3: 5.) La humanidad de Cristo es una cadena áurea.-
Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, para redimir al hombre. La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la áurea cadena eslabonada que une nuestras almas con Cristo, y mediante Cristo con Dios. Este debe ser nuestro estudio. Cristo era un verdadero hombre, y demostró su humildad convirtiéndose en hombre. Era Dios en la carne.
Cuando enfocamos el tema de la divinidad de Cristo revestida con el manto de la humanidad, con justicia podemos prestar atención a las palabras pronunciadas por Cristo a Moisés ante la zarza ardiente: "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es". Debemos tratar el estudio de este tema con la humildad del que aprende 917 con corazón contrito. El estudio de la encarnación de Cristo es un tema fructífero que recompensará al indagador que profundiza en busca de la verdad oculta (MS 67, 1898).
6 (Juan 1: 1-3, 14; ver EGW com. Juan 1: 1-3; Apoc. 12: 10). Igualdad entre Cristo y el Padre.-
La posición de Cristo con su Padre es de igualdad. Eso le permitió convertirse en ofrenda por el pecado de los transgresores. Era plenamente suficiente para magnificar la ley y engrandecerla (MS 48, 1893).
7.
Ver EGW com. Mat. 26: 42.
7-8.
Ver EGW com. Heb. 2: 17.
9.
Ver EGW com. Mat. 27: 21-22, 29.
10-11.
Ver EGW com. Rom. 3: 19.
12.
Ver EGW com. Gál. 5: 6.
12-13
Ver EGW com. Rom. 12: 2; 2 Ped. 1: 5-11.
CAPÍTULO 3
5-6.
Ver EGW com. Rom. 7: 7-9.
8 (Juan 17: 3; Col. 1: 19; ver EGW com. Apoc. 3: 1). La ciencia más elevada.-
En Cristo habita toda plenitud. Él nos enseña a tener todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús nuestro Señor. Este conocimiento es la ciencia más elevada que hombre alguno pueda alcanzar. Es la suma de toda verdadera ciencia. "Esta es la vida eterna -declaró Cristo-: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (MS 125, 1907).
8-10. Cómo estimaba Pablo la gracia de Dios.
[Se cita Fil. 3: 8-9.] La justicia que él [Pablo] había pensado que valía tanto, ahora no tenía ningún valor delante de sus ojos. Su propia justicia era injusticia. El profundo anhelo de su alma era: "A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte".
Quería conocer por sí mismo el poder de la gracia del Salvador. Confiaba en el poder del Señor para salvarlo aun a él, que había perseguido a la iglesia de Cristo. En su estimación ningún tesoro podía igualar el valor de la dádiva del conocimiento de Cristo (MS 89, 1903).
9.
Ver EGW com. Col. 2: 10.
12.
Ver EGW com. 2 Cor. 12: 1-4; 2 Ped. 3: 18.
12-15.
Ver EGW com. Apoc. 3: 18-21.
13.
Una cosa hago.-
El llamamiento de Pablo le imponía un servicio de diversas clases: trabajar con sus manos para ganarse la vida, viajar de un lugar a otro, establecer iglesias, escribir cartas a las iglesias ya establecidas; sin embargo, en medio de esa diversidad de labores, declaró: "Una cosa hago".
Pablo mantuvo una cosa permanentemente delante de él en toda su obra: ser fiel a Cristo, quien se le había revelado cuando blasfemaba su nombre y usaba todos los recursos a su alcance para hacer que otros lo blasfemaran. El gran propósito de su vida era servir y honrar a Aquel cuyo nombre una vez había cubierto de desprecio. Su único deseo era ganar almas para el Salvador. Judíos y gentiles podían oponerse a él y perseguirlo; pero nada podía apartarlo de su propósito (Carta 107, 1904).
CAPÍTULO 4
8.
Ver EGW com. Sal. 19: 14.
18.
Ver EGW com. Hech. 10: 1-4.

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