CAPÍTULO 1
1. El comienzo del apostolado de Pablo.
Pablo consideraba que la ocasión cuando fue formalmente ordenado, señalaba el comienzo de una nueva e importante época de la obra de su vida. Computaba el comienzo de su apostolado en la iglesia cristiana a partir del momento de esa solemne ceremonia, cuando, precisamente antes de que comenzara su primer viaje misionero, fue "apartado para el Evangelio de Dios" (RH 11-51911).
7-8(ver EGW com. Hech. 18: 2). Una iglesia fuerte en Roma.
A pesar de la oposición, veinte años después de la crucifixión de Cristo había una iglesia viva y ferviente en Roma. Esa iglesia era fuerte y fervorosa, y el Señor obraba a favor de ella (RH 6 -3 -1900).
14 (Mat. 28: 19-20). Deudor por haber aceptado a Cristo.
¿En qué sentido era Pablo deudor tanto a los judíos como a los griegos? A él le había sido dada la comisión tal como es encomendada a cada discípulo de Cristo: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Pablo aceptó esta comisión cuando recibió a Cristo. Comprendía que sobre él descansaba la obligación de trabajar por todas las clases de hombres: judíos y gentiles, instruidos e iletrados, para los que ocupaba cargos elevados y para los de condición más humilde (Carta 262, 1903).
17. Una comprensión creciente de la fe.
La justicia de Cristo se revela de fe en fe; es decir, de nuestra fe presente a una comprensión aumentada de esa fe que obra por e amor y purifica el alma (RH 18-9-1908).
20.
Ver EGW com. cap. 12: 1-2.
20-21 (Hech. 14: 17). La naturaleza actúo como un predicador silencioso.
El mundo material está bajo el control de Dios. Las leyes que gobiernan toda la naturaleza son obedecidas por la naturaleza. Todas las cosa declaran la voluntad del Creador y actúa conforme a ella. Las nubes, la lluvia, el rocío la luz del sol, los aguaceros, el viento, la tormenta, todo está bajo la supervisión de Dios rinde obediencia implícita a Aquel que lo utiliza. La diminuta espiga se abre paso a través de la tierra: primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. El Señor usa a éstos, sus siervos obedientes, par que cumplan su voluntad. El fruto se ve primero en el brote que contiene la futura pera el futuro durazno o la futura manzana; y e Señor les da crecimiento en la debida sazón porque no se oponen a la acción divina; no se oponen a las órdenes de lo que él dispone. Sus obras, tal como se ven en el mundo natural, no se comprenden ni aprecian ni siquiera 1068 a medias. Esos predicadores silenciosos enseñarían sus lecciones a los seres humanos, si ellos sólo fueran oidores atentos (Carta 131, 1897).
20-25 (Sal. 19: 1-3; Hech. 17: 22-29; 1 Cor. 1: 21; Col. 2: 9; Heb. 1: 3). La naturaleza es una revelación imperfecta.
La más difícil y humillante lección que el hombre debe aprender es su propia incapacidad si depende de la sabiduría humana, y el seguro fracaso de sus propios esfuerzos para leer correctamente la naturaleza. El pecado ha oscurecido su visión, y por sí mismo no puede interpretar la naturaleza sin colocarla por encima de Dios. No puede percibir a Dios en ella ni a Jesucristo, a quien él ha enviado. Está en la misma situación en que estuvieron los atenienses que erigían sus altares para el culto de la naturaleza. Pablo, de pie en medio del Areópago, presentó delante de la gente de Atenas la majestad del Dios viviente en contraste con su culto idólatra. [Se cita Hech. 17: 22-29.]
Los que tienen un verdadero conocimiento de Dios no llegarán a cegarse con las leyes de la materia o las funciones de la naturaleza hasta el punto de pasar por alto o negarse a reconocer la acción continua de Dios en la naturaleza. La naturaleza no es Dios, ni nunca fue Dios. La voz de la naturaleza testifica de Dios, pero la naturaleza no es Dios. Como actúa creada por él, sencillamente da testimonio del poder de Dios. La Deidad es la autora de la naturaleza. El mundo natural tiene en sí mismo únicamente el poder que Dios le da.
Hay un Dios personal: el Padre; hay un Cristo personal: el Hijo. [Se cita Heb. 1: 1-2; Sal. 19: 1-3.]. . .
Los antiguos filósofos se enorgullecían de su conocimiento superior. Leamos cómo comprendía esto el apóstol inspirado. "Profesando ser sabios -dice él- se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. . . Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador". El mundo no puede con su sabiduría humana conocer a Dios. Sus sabios obtienen un conocimiento imperfecto de Dios que toman de sus obras creadas, y después, en su necedad, exaltan la naturaleza y las leyes de la naturaleza por encima del Dios de la naturaleza. Los que no tienen un conocimiento de Dios por la aceptación de la revelación que él ha hecho de sí mismo en Cristo, obtendrán sólo un conocimiento imperfecto de él en la naturaleza; y ese conocimiento, lejos de hacer que todo el ser esté en conformidad con la voluntad divina, convertirá a los hombres en idólatras. Profesando ser sabios, se harán necios.
Los que piensan que pueden obtener un conocimiento de Dios sin contar con su Representante, de quien la Palabra declara que es "la imagen misma de su sustancia", necesitarán hacerse necios en su propia opinión antes de que puedan ser sabios. Es imposible lograr un perfecto conocimiento de Dios proveniente sólo de la naturaleza, pues la naturaleza misma es imperfecta. Esta no puede en su imperfección representar a Dios, no puede revelar el carácter de Dios en la perfección moral que tiene. Pero Cristo vino como un Salvador personal para el mundo. Representó a un Dios personal. Como un Salvador personal, ascendió a lo alto; y vendrá otra vez así como ascendió al cielo: como un Salvador personal. Es la imagen misma de la persona del Padre. "En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (RH 8-11-1898).
CAPÍTULO 2
4 (Hech. 5: 31). El arrepentimiento, las primicias de la obra del Espíritu.
El arrepentimiento por el pecado es las primicias de la obra del Espíritu Santo en la vida. Es el único proceso mediante el cual la pureza infinita refleja la imagen de Cristo en sus súbditos redimidos. En Cristo habita toda plenitud. La ciencia que no está en armonía con él, no tiene valor. El nos enseña a contar todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor. Este conocimiento es la ciencia más elevada que pueda alcanzar hombre alguno (MS 28, 1905).
(Juan 14: 26.) El Espíritu presenta verdades del Antiguo y del Nuevo Testamento.
La obra del Espíritu Santo al hacer que los hombres se arrepientan, no es revelar nuevas verdades, sino presentar ante la mente las preciosas lecciones que Cristo ha dado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y grabar en la conciencia esas mismas lecciones (MS 32, 1900).
6.
Ver EGW com. Gál. 6: 7-8.
24-29.
Ver EGW com. Hech. 15: 1, 5. 1069
CAPÍTULO 3
19 (Mat. 27: 21; 2 Cor. 5: 10; Jud. 15; Apoc. 20: 12-13). Los harapientos jirones del razonamiento humano.
Todo el mundo está condenado frente a la gran norma moral de justicia. Cada alma que ha vivido en la tierra recibirá su sentencia en el gran día del juicio de acuerdo con sus hechos, si han sido buenos o malos según la luz de la ley de Dios. Cada boca enmudecerá cuando la cruz, con su Víctima agonizante, sea presentada y sea comprendido su verdadero sentido en cada mente que ha estado cegada y corrompida por el pecado. Los pecadores estarán condenados ante la cruz, con su Víctima misteriosa agobiada bajo la carga infinita de las transgresiones humanas. ¡Cuán rápidamente desaparecerá cada subterfugio, cada excusa mentirosa! La apostasía humana aparecerá en su carácter aborrecible. Los hombres verán cuál ha sido su elección. Entonces comprenderán que han elegido a Barrabás en lugar de Cristo, el Príncipe de paz.
El misterio de la encarnación y de la crucifixión se entenderá claramente, pues, será presentado delante de los ojos de la mente, y cada alma condenada leerá cuál ha sido el carácter de su rechazo de la verdad. Todos entenderán que se separaron de la verdad por aceptar las tergiversaciones y seductoras mentiras de Satanás en vez de "toda palabra que sale de la boca de Dios". Leen la proclama: "Tú, oh hombre, has preferido estar bajo la bandera del gran rebelde, Satanás, y al hacerlo te has destruido a ti mismo". Cualquiera haya sido el talento concedido; cualquiera haya sido la supuesta sabiduría, el que rechaza la verdad no puede volverse a Dios. La puerta está cerrada como lo estuvo la puerta del arca en el día de Noé.
Los grandes hombres de la tierra entenderán entonces que han entregado la mente y el corazón a filosofías engañosas que halagaban el corazón carnal. La esperanza y la gracia y todo aliciente posible habían sido ofrecidos por Aquel que los amaba y dio su vida por ellos, para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna, pero ellos rechazaron el amor de Dios. Sus orgullosas opiniones, sus razonamientos humanos fueron ensalzados; se conceptuaron capaces para entender por sí mismos los misterios divinos, y pensaban que sus facultades para discriminar eran lo bastante sólidas para discernir la verdad por sí solos. Fueron fáciles víctimas de las sutilezas de Satanás, pues él les presentaba errores sutiles mediante filosofías humanas que causan infatuación en la mente de los hombres. Se apartaron de la fuente de toda sabiduría y rindieron culto al intelecto. Criticaron el mensaje y a los mensajeros de Dios, y los descartaron por es debajo de sus altivas ideas humanas. Ridiculizaron las invitaciones de la misericordia, negaron la divinidad de Jesucristo y se mofaron de la idea de que hubiera existido antes de que tomara la naturaleza humana. Pero los harapientos jirones del razonamiento humano resultarán ser tan sólo como cuerdas de arena en el gran día de Dios (ST 7 -3 -1895).
Los impíos sentirán la agonía de la cruz.
Los que rechazan la misericordia tan liberalmente ofrecida, aún tendrán que conocer el valor de lo que han despreciado. Sentirán la agonía que Cristo soportó en la cruz para comprar la redención de todos los que la acepten. Y entonces se darán cuenta de lo que han perdido: la vida eterna y la herencia inmortal (RH 4-9-1883).
(Mat. 7: 23; 27: 40, 42; Rom. 14: 11; Jud. 15; Apoc. 1: 7; 6: 15-17.) Indescriptible confusión de los impíos.
Cuando los pecadores sean obligados a contemplar a Aquel que revistió su divinidad con humanidad, y que todavía tiene esa apariencia exterior, su confusión es indescriptible. Las escamas caen de sus ojos, y ven lo que antes no habían visto. Comprenden lo que podrían haber sido si hubieran recibido a Cristo y si hubieran aprovechado la oportunidad que se les concedió. Ven la ley que ellos menospreciaron, ensalzada así como es ensalzado el trono de Dios. Ven que Dios mismo reverencia su ley.
¡Qué sentimiento será ése! ¡No hay pluma que pueda describirlo! Quedará al descubierto la culpabilidad acumulada del mundo, y se oirá la voz del juez que dirá a los impíos: "Apartaos de mí, hacedores de maldad".
Entonces los que traspasaron a Cristo recordarán cómo menospreciaron su amor y abusaron de su compasión; cómo prefirieron a Barrabás -ladrón y asesino- en lugar de él; cómo coronaron con espinas al Salvador e hicieron que fuera azotado y crucificado; cómo, en la agonía de la muerte en la cruz, se mofaron de él diciendo: "Descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. . .; a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar". Les parecerá 1070 oír de nuevo la voz de súplica de él. Cada expresión de ruego vibrará tan claramente en sus oídos como cuando el Salvador les hablaba. Cada acto de insulto y burla dirigido a Cristo será tan fresco en su memoria como cuando sucedían los actos satánicos.
Clamarán a las rocas y a las montañas que caigan sobre ellos y los oculte del rostro de Aquel que está sentado en el trono de la ira del Cordero. "La ira del Cordero", de Aquel que siempre se mostró lleno de ternura, paciencia y magnanimidad, quien, habiéndose entregado como la víctima propiciatoria, fue llevado como oveja al matadero para salvar a los pecadores de la condenación que ahora cae sobre ellos porque no permitieron que él quitara su culpabilidad (RH 18-6-1901).
19-28 (Gál. 2: 16-17; 3: 10-13, 24). La ley no tiene virtudes salvadoras.
Exhortaría a todos los que quieren ganar el cielo que tengan cuidado. No dediquéis vuestro precioso tiempo de gracia a coser hojas de higuera para cubrir la desnudez que es el resultado del pecado. Cuando miréis el gran espejo moral del Señor, su santa ley, su norma de carácter, ni por un momento supongáis que puede limpiaros. No hay virtudes salvadores en la ley. Ella no puede perdonar al transgresor. Debe imponerse el castigo. El Señor no salva a los pecadores aboliendo su ley, el fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra. El castigo fue soportado por el Sustituto del pecador. No es que Dios sea cruel e inmisericorda y Cristo tan misericordioso, que murió en la cruz del Calvario, en medio de dos ladrones, para abolir una ley tan arbitraria que debía ser quitada. El trono de Dios no puede tolerar una mancha de crimen, una mancha de pecado. En los concilios del cielo, antes de que el mundo fuera creado, el Padre y el Hijo convinieron en que si el hombre se tornaba desleal a Dios, Cristo -uno con el Padre- tomaría el lugar del transgresor y sufriría el justo castigo que debía caer sobre él (MS 145, 1897).
(Cap. 5: 1.) "Esto es justificación por la fe".
Cuando el pecador arrepentido, contrito delante de Dios, discierne la expiación de Cristo en su favor y acepta esa expiación como su única esperanza en esta vida y en la vida futura, sus pecados son perdonados. Esto es justificación por la fe. Cada alma creyente debe amoldar eternamente su voluntad con la voluntad de Dios y mantenerse en un estado de arrepentimiento y contrición, ejerciendo fe en los méritos expiatorios del Redentor y avanzando de fortaleza en fortaleza, de gloria en gloria.
Perdón y justificación son una y la misma cosa. El creyente pasa mediante la fe de la condición de rebelde, hijo del pecado y de Satanás, a la condición de leal súbdito de Cristo Jesús; no por una bondad inherente, sino porque Cristo lo recibe como a su hijo por adopción. El pecador recibe el perdón de sus pecados porque esos pecados son llevados por su Sustituto y Fiador. El Señor habla a su Padre celestial, y le dice: "Este es mi hijo, lo indulto de su condena de muerte dándole mi póliza de seguro de vida -vida eterna-, porque he ocupado su lugar y sufrí por sus pecados. Es plenamente mi amado hijo". El hombre perdonado y revestido con las bellas vestiduras de la justicia de Cristo, está de este modo sin falta delante de Dios.
El pecador quizá yerre, pero no es desechado sin misericordia; sin embargo, su única esperanza es arrepentirse ante Dios y tener fe en el Señor Jesucristo. Es prerrogativa del Padre perdonar nuestras transgresiones y nuestros pecados, porque Cristo tomó sobre sí nuestra culpa y nos ha indultado dándonos su propia justicia. Su sacrificio satisface plenamente las demandas de injusticia.
Justificación es lo opuesto a condenación. La ilimitada misericordia de Dios se aplica a los que son completamente indignos. El perdona las transgresiones y los pecados debido a Jesús, quien se ha convertido en la propiciación por nuestros pecados. El transgresor culpable es puesto en gracia delante de Dios mediante la fe en Cristo, y entra en la firme esperanza de vida eterna (MS 21, 189l).
Una señal para el mundo.
La justificación por la fe en Cristo se manifestará en la transformación del carácter Esta es para el mundo la señal de la verdad de las doctrinas que profesamos. La evidencia diaria de que somos una iglesia viviente se ve en el hecho de que practicamos la Palabra. Un testimonio viviente se manifiesta al mundo en una acción cristiana consecuente.
Ese testimonio declara a un mundo apóstata que hay un pueblo que cree que nuestra seguridad reside en aferrarnos a la Biblia. Este testimonio es una distinción inconfundible frente al testimonio de la gran iglesia apóstata, que acepta la sabiduría y autoridad humanas en lugar de la sabiduría de Dios (Carta 83, 1896). 1071
20.
Ver EGW com. 1 Juan 3: 4.
20-31 (Gál. 6: 14; Efe. 2: 8-9; Tito 3: 5; Heb. 7: 25; Apoc. 22: 17). Estudiad la expiación con corazones humildes.
Nadie adopte la posición limitada y estrecha de que algunas de las obras del hombre pueden ayudar en lo más ínfimo a liquidar la debida de su transgresión. Este es un engaño fatal. Si deseáis entender esto, debéis cesar de rumiar vuestras ideas favoritas, y estudiar la expiación con corazón humilde.
Este tema se comprende en forma tan confusa, que miles y más miles que pretenden ser hijos de Dios son hijos del maligno, porque quieren depender de sus propias obras. Dios siempre demanda buenas obras, la ley las demanda; pero como el hombre entró en pecado, donde sus obras no tenían valor, sólo puede valer la justicia de Cristo. Cristo puede salvar hasta lo sumo porque siempre vive para interceder por nosotros.
Todo lo que el hombre puede posiblemente hacer para su propia salvación, es aceptar la invitación: "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". No hay pecado que el hombre pueda cometer que no haya sido pagado en el Calvario. De esa manera la cruz ofrece continuamente al pecador, en fervientes exhortaciones, una expiación plena (MS 50, 1900).
24-26 (ver EGW com. cap. 5: 11). El Padre queda completamente satisfecho.
La expiación que Cristo ha hecho para nosotros es completa y plenamente satisfactoria para el Padre. Dios puede ser justo, y sin embargo el justificador de los creyentes (MS 28, 1905).
(Cap. 5: 1.) La justificación significa perdón completo.
[Se cita Rom. 3: 24-26.] Aquí se presenta la verdad en términos claros. Esta misericordia y bondad es completamente inmerecida. La gracia de Cristo justifica gratuitamente al pecador sin méritos o derechos suyos. La justificación es un perdón pleno y completo del pecado. Un pecador es perdonado en el mismo momento en que acepta a Cristo por la fe. Se le atribuye la justicia de Cristo, y no debe dudar más de la gracia perdonadora de Dios.
En la fe no hay nada que la convierta en nuestro salvador. La fe no puede quitar nuestra culpa. Cristo es el poder de Dios para salvación a todos los que creen. La justificación se recibe mediante los méritos de Jesucristo; él ha pagado el precio de la redención del pecado; sin embargo, sólo mediante la fe en su sangre es como Jesús puede justificar al creyente.
El pecador no puede depender de sus propias buenas obras como un medio de justificación. Debe llegar hasta el punto donde denuncia a todos sus pecados y acepta un grado tras otro de luz a medida que brillen sobre su sendero. Por la fe sencillamente echa mano de la provisión amplia y gratuita hecha por la sangre de Cristo. Cree en las promesas de Dios, las cuales mediante Cristo son hechas para él santificación, justificación y redención. Y si sigue a Jesús caminará humildemente en la luz, regocijándose en ésta y difundiéndola a otros. Ya justificado por la fe, marcha gozoso en su obediencia durante toda su vida. Paz con Dios es el resultado de lo que Cristo es para él. Las almas que están sujetas a Dios, que lo honran y que son hacedoras de su Palabra, recibirán iluminación divina. En la preciosa Palabra de Dios hay pureza y elevación, y también belleza que no pueden alcanzar las más elevadas facultades del hombre a menos que se reciba la ayuda de Dios (ST 19 -5 -1898).
(Sal. 18: 35; 85: 10; 89: 14; Apoc. 4: 3; ver EGW com. Juan 3: 16.) La mezcla de juicio y misericordia.
Así como el arco iris se forma en las nubes por la combinación de la luz del sol y de la lluvia, así también el arco iris que rodea el trono representa el poder combinado de la misericordia y la justicia. No sólo debe sostenerse la justicia, pues esto eclipsaría la gloria del arco iris de la promesa que está encima del trono; el hombre sólo podría ver la penalidad de la ley. Si no hubiese justicia ni castigo, no habría estabilidad en el gobierno de Dios.
La mezcla de juicio y misericordia es lo que hace la salvación plena y completa. La combinación de los dos es lo que nos induce, a medida que contemplamos al Redentor del mundo y la ley de Jehová, a exclamar: "Tu benignidad me ha engrandecido". Sabemos que el Evangelio es un sistema perfecto y completo que revela la inmutabilidad de la ley de Dios. Inspira el corazón con esperanza y con amor hacia Dios. La misericordia nos invita a entrar por las puertas en la ciudad de Dios, y la justicia es inmolada para conceder a cada alma obediente plenos privilegios como miembro de la familia real, hijo del Rey celestial.
Si fuéramos defectuosos de carácter, no podríamos pasar por las puertas que la misericordia 1072 ha abierto para el obediente, pues la justicia está a la entrada y exige santidad y pureza en todos los que quieran ver a Dios. Si la justicia fuera extinguida, y si fuera posible que la misericordia divina abriera las puertas a todo el género humano sin tener en cuenta el carácter, habría en el cielo una condición peor de descontento y rebelión que la que hubo antes de que Satanás fuera expulsado. Se quebrantarían la paz, la felicidad y la armonía del cielo. El traslado de la tierra al cielo no cambiará los caracteres de los hombres; la felicidad de los redimidos en el cielo es el resultado de los caracteres formados en esta vida a semejanza de la imagen de Cristo. Los santos en el cielo primero habrán sido santos en la tierra.
La salvación para el hombre que Cristo ganó con un sacrificio tan grande, es la única que tiene valor, es la que nos salva del pecado: la causa de todas las calamidades y desgracias de nuestro mundo. La misericordia ofrecida al pecador constantemente lo está atrayendo a Jesús. Si responde y acude arrepentido y confesando sus pecados, si con fe se aferra a la esperanza puesta ante él por el Evangelio, Dios no despreciará al corazón quebrantado y contrito. De esta manera no es debilitada la ley de Dios, sino que se quebranta el poder del pecado y el cetro de la misericordia se extiende al pecador penitente (Carta 11, 1890).
24-28 (ver EGW com. Gál. 2: 16; 1 Tes. 4: 3). Especulaciones en cuanto a la justificación por la fe.
Muchos cometen el error de tratar de definir minuciosamente los delicados matices de distinción entre justificación y santificación. Para la definición de esos dos términos con frecuencia recurren a sus propias ideas y especulaciones. ¿Por qué tratar de ser más minucioso de lo que es la Inspiración acerca de la cuestión vital de la justificación por la fe? ¿Por qué tratar de resolver el problema de cada diminuto matiz, como si la salvación del alma dependiera de que todos tengan exactamente su modo de ver este asunto? No todos pueden ver el mismo enfoque (MS 21, 1891).
25.
Ver EGW com. cap. 7: 12.
27.
Ver EGW com. Efe. 2: 8-9
28.
Ver EGW com. cap. 4: 3-4.
31 (cap. 6: 15; 1 Sam. 15: 22; Apoc. 22: 14; ver EGW com. 2 Cor. 3: 7-18; Efe. 2: 14-16; Apoc. 2: 6). La norma de Dios no ha cambiado.
El Evangelio de las buenas nuevas no debía ser interpretado como algo que permite que los hombres vivan en continua rebelión contra Dios, transgrediendo su ley justa y santa. Los que pretenden entender las Escrituras, ¿por qué no pueden ver que el requisito de Dios bajo la gracia es exactamente el mismo que impuso en el Edén: perfecta obediencia a su ley? En el juicio Dios preguntará a los que dicen ser cristianos: ¿por qué afirmasteis creer en mi Hijo pero continuasteis transgrediendo mi ley? ¿Quién exigió esto de vuestras manos: hollar mis reglas de justicia? "Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros" ' El Evangelio del Nuevo Testamento no es la norma del Antiguo Testamento, rebajada para llegar hasta el pecador y salvarlo en sus pecados. Dios pide obediencia de todos sus súbditos, obediencia completa a todos sus mandamientos. Ahora, como siempre, demanda perfecta justicia como el único título para el cielo. Cristo es nuestra esperanza y nuestro refugio. Su justicia sólo es atribuida al obediente. Aceptémosla por fe para que el Padre no encuentre ningún pecado en nosotros. Pero los que han quebrantado la santa ley no tendrán derecho a pedir esa justicia. ¡Ojalá pudiéramos contemplar la inmensidad del plan de salvación como hijos obedientes de todos los requerimientos de Dios, creyendo que tenemos paz con Dios por medio de Jesucristo, nuestro sacrificio expiatorio! (RH 21-9-1886).
(1 Juan 2: 4.) La fe manifestada por obras de obediencia.
Dios exige en este tiempo precisamente lo que demandó de la santa pareja en el Edén: perfecta obediencia a sus mandatos. Su ley permanece inmutable en todos los siglos. La gran norma de justicia presentada en el Antiguo Testamento no es rebajada en el Nuevo Testamento. La obra del Evangelio no es debilitar las exigencias de la santa ley de Dios, sino elevar a los hombres hasta el punto donde puedan guardar sus preceptos.
La fe en Cristo que salva el alma no es lo que presentan muchos. "Cree, cree -es su clamor- ; solamente cree en Cristo y serás salvo. Eso es todo lo que tienes que hacer". La verdadera fe confía plenamente en Cristo para la salvación, pero al mismo tiempo inducirá a una perfecta conformidad con la ley de Dios. La fe se manifiesta mediante las obras. Y el apóstol Juan declara: "El que 1073 dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso" (RH 5-10-1886).
¿Desunir la ley y el Evangelio?
El enemigo siempre ha trabajado para de asumir la ley y el Evangelio; pero ellos van tomados de la mano (MS 11, 1893).
Honramos tanto al Padre como al Hijo cuando hablamos acerca de la ley. El Padre nos dio la ley, y el Hijo murió para magnificarla y hacerla honorable (MS 5, 1885).
Es imposible que exaltemos la ley de Jehová a menos que nos aferremos de la justicia de Jesucristo (MS 5, 1889).
La ley de Jehová es el árbol; el Evangelio son los capullos fragantes y el fruto que da (Carta 119, 1897).
CAPÍTULO 4
3-5 (cap. 3: 28; 5: 1; Efe. 2: 8). La fe se aferra de la justicia de Cristo.
La fe es la condición que Dios ha visto conveniente para prometer perdón a los pecadores, no porque haya virtud alguna en la fe por la cual se merezca la salvación, sino porque la fe puede aferrarse a los méritos de Cristo, el remedio proporcionado para el pecado. La fe puede presentar la perfecta obediencia de Cristo en vez de la transgresión y la apostasía del pecador. Cuando el pecador cree que Cristo es su Salvador personal, entonces, de acuerdo con sus infalibles promesas, Dios le perdona su pecado y lo justifica gratuitamente. El alma arrepentida se da cuenta de que su justificación es posible porque Cristo, como su Sustituto y Fiador, ha muerto por ella, es su expiación y justificación.
"Creyó Abrahán a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia". justicia es obediencia a la ley. La ley demanda justicia, y ésta es la deuda que el pecador tiene con la ley, pero es incapaz de pagarla. La única forma en que puede obtener la justicia es por medio de la fe. Por fe puede presentar ante Dios los méritos de Cristo, y el Señor acredita la obediencia de su Hijo a la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al alma arrepentida y creyente, la trata como si fuera justa y la ama como ama a su Hijo. De esta manera la fe es contada por justicia (RH 4 -11 -1890).
CAPÍTULO 5
1(cap. 3: 19-28; 4: 3-5; Gál. 2: 16; Heb. 11:1; ver EGW com. Gál. 5: 6). Fe: el medio, no el fin.
La fe no es el fundamento de nuestra salvación, sino la gran bendición: el ojo que ve, el oído que oye, los pies que corren, la mano que se aferra; es el medio, no el fin. Si Cristo dio su vida para salvar a los pecadores, ¿por qué no he de apoderarme de esa bendición? Mi fe se aferra de ella, y de ese modo mi fe es la certeza de las cosas que se esperan, la convicción de las cosas que no se ven. De modo que en reposo y creyendo, tengo paz con Dios por medio del Señor Jesucristo (Carta 329a, 1905).
(2 Cor. 5: 7.) La fe no es un sentimientos.
Fe y sentimiento son tan diferentes como el este del oeste. La fe no depende de sentimientos. Debemos clamar fervientemente a Dios con fe, tengamos o no sentimientos, y después debemos vivir nuestras oraciones. Nuestra seguridad y evidencia es la Palabra de Dios, y después de que hemos pedido, debemos creer sin dudar. Te alabo, oh Dios, te alabo. Tú no me has faltado en el cumplimiento de tu palabra. Tú te has revelado a mí, y yo soy tuya para hacer tu voluntad (Carta 7, 1892).
La sencillez y el poder de la fe.
La fe es sencilla en su acción y poderosa en sus resultados. Muchos cristianos, que tienen un conocimiento de la sagrada Palabra y creen en su verdad, fallan en la confianza infantil que es esencial para la religión de Jesús. No alcanzan a otros con ese toque peculiar que produce la virtud de curar el alma (Redemption: The Miracles of Christ, p. 97).
11 (cap. 3:24-26). Un remedio divino para el pecado.
La expiación de Cristo no es simplemente una forma capaz de hacer que sean perdonados nuestros pecados: es un remedio divino para la curación de las transgresiones y la restauración de la salud espiritual; es el medio ordenado por el cielo por el cual la justicia de Cristo puede estar no sólo sobre nosotros, sino en nuestros corazones y caracteres (Carta 406, 1906).
12-19 (Mat. 4: 1-11; 1 Cor. 15: 22, 45; Fil. 2: 5-8; Heb. 2: 14-18; 4: 15). Fortaleza al cooperar con Dios.
[Se cita Rom. 5: 12, 18-19.] El apóstol contrasta la desobediencia de 1074 Adán y la plena y completa obediencia de Cristo. ¡Pensad en lo que la obediencia de Cristo significa para nosotros! Significa que con la fortaleza de él nosotros también podemos obedecer. Cristo fue un ser humano. Sirvió a su Padre celestial con toda la fortaleza de su naturaleza humana. Tiene una naturaleza doble: es, al mismo tiempo, humana y divina. Es tanto Dios como hombre.
Cristo vino a este mundo para mostrarnos lo que Dios puede hacer y lo que nosotros podemos hacer en cooperación con Dios. Fue al desierto en la carne humana para ser tentado por el enemigo. Sabe lo que es tener hambre y sed. Conoce las debilidades y flaquezas de la carne. Fue tentado en todo como nosotros somos tentados.
Nuestro rescate ha sido pagado por nuestro Salvador. Nadie necesita estar esclavizado por Satanás. Cristo está ante nosotros como nuestro ejemplo divino, nuestro ayudador todopoderoso. Hemos sido comprados por un precio que es imposible de calcular. ¿Quién puede medir la bondad y misericordia del amor redentor? (MS 76, 1903).
Cristo un ser moral libre.
El segundo Adán era un ser moral libre, responsable por su conducta. Rodeado por influencias intensamente sutiles y engañosas, estuvo en una condición mucho menos favorable que el primer Adán para vivir una vida sin pecado; sin embargo, en medio de los pecadores resistió toda tentación a pecar, y mantuvo su inocencia. Siempre estuvo sin pecado (SW 29-9-1903).
El hombre en una condición ventajosa con Dios.
Los hombres están emparentados con el primer Adán, y por lo tanto no reciben de él sino culpa y sentencia de muerte; pero Cristo entra en el terreno donde cayó Adán, y pasa sobre ese terreno soportando todas las pruebas en lugar del hombre. Al salir sin mancha de la prueba, redimió el vergonzoso fracaso y la oprobiosa caída de Adán. Esto coloca al hombre en una condición ventajosa ante Dios; lo coloca donde, mediante la aceptación de Cristo como su Salvador, llega a ser participante de la naturaleza divina. Así llega a relacionarse con Dios y Cristo (Carta 68, 1899).
CAPÍTULO 6
4 (Mat. 28:19; 2 Ped. 1: 2, 5-7). El bautismo es un compromiso mutuo.
En el bautismo somos entregados al Señor como un vaso que va a ser usado. El bautismo es el más solemne renunciamiento al mundo. Por la profesión de fe que se hace, el yo queda muerto a una vida de pecado. Las aguas cubren al candidato, y en la presencia de todo el universo celestial se hace el compromiso mutuo. El hombre es puesto en su tumba líquida en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sepultado con Cristo en el bautismo y levantado del agua para vivir la vida nueva de lealtad a Dios. Las tres grandes potestades del cielo son testigos; son invisibles, pero están presentes.
En el primer capítulo de la Segunda Epístola de Pedro se presenta la obra progresiva en la vida cristiana. Todo el capítulo es una lección de profunda importancia. Si el hombre al adquirir las gracias cristianas obra según el plan de crecimiento, Dios se ha comprometido a obrar en favor del hombre según el plan de multiplicación. "Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús". La obra es trazada frente a cada alma que ha confesado su fe en Jesucristo mediante el bautismo, y se ha convertido en un receptáculo de la promesa que procede de las tres personas de la divinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (MS 57, 1900).
Fidelidad a nuestros votos bautismales.
La fidelidad da a nuestros votos bautismales da al corazón la preparación necesaria para salvar almas (RH 26-5-1904).
(2 Cor. 6: 17-18; 7: 1; Col. 3: 1.) La señal de Dios recibida por el bautismo.
Cristo hizo del bautismo la entrada a su reino espiritual. Ha hecho de esto tina condición positiva con la cual deben cumplir todos los que desean ser reconocidos como que están bajo la autoridad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los que reciben el rito del bautismo, hacen por lo mismo una declaración pública de que han renunciado al mundo y se han convertido en miembros de la familia real, hijos del Rey celestial.
Los que hagan esto deberán considerar como secundarias todas las cosas mundanales ante sus nuevas relaciones. Públicamente han declarado que no vivirán más en el orgullo y la complacencia propia. Cristo ordena a los que reciben este rito que recuerden que están obligados por un solemne pacto a vivir para el Señor. Deben usar para él todas las facultades que les han sido confiadas, estando 1075 siempre conscientes de que llevan la señal de obediencia divina al día de reposo del cuarto mandamiento, que son súbditos del reino de Cristo, participantes de la naturaleza divina. Deben rendir todo lo que tienen y todo lo que son a Dios, y emplear todos sus dones para la gloria del nombre divino.
Los que son bautizados en el triple nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en el mismo comienzo de su vida cristiana declaran públicamente que han aceptado la invitación: "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso". "Amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios". "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios".
Los que han recibido la señal mediante el bautismo, presten atención a estas palabras, recordando que el Señor ha colocado sobre ellos su firma para declarar que son sus hijos e hijas.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, poderes infinitos y omniscientes, reciben a aquellos que verdaderamente entran en la relación de pacto con Dios. Ellos están presentes en cada bautismo para recibir a los candidatos que han renunciado al mundo y han recibido a Cristo en el templo del alma. Esos candidatos han entrado en la familia de Dios y sus nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (MS 271/2, 1900).
Una puerta de comunicación con el cielo.
En nuestro bautismo nos comprometemos a romper toda relación con Satanás y sus instrumentos, y a poner corazón, mente y alma en la obra de extender el reino de Dios. Todo el cielo está en acción para este propósito. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han comprometido a cooperar con los instrumentos humanos santificados. Si somos leales a nuestro voto, se abre para nosotros una puerta de comunicación con el cielo: una puerta que ninguna mano humana ni instrumento satánico puede cerrar (RH 17-5-1906).
Muchos son sepultados vivos.
El nuevo nacimiento es una experiencia rara en esta época del mundo. Esta es la razón por la que hay tantas perplejidades en las iglesias. Muchos, muchísimos, que pretenden tener el nombre de Cristo no están santificados, y son impíos. Han sido bautizados, pero fueron sepultados vivos. No murió el yo, y por lo tanto no renacieron a una nueva vida en Cristo (MS 148, 1897).
(2 Cor. 6: 17.) En el bautismo no hay graduación.
Toda oportunidad, toda ventaja, todo privilegio nos han sido dados para que ganemos una rica experiencia cristiana; pero no aprendemos todo de una sola vez; debe haber un crecimiento. Muchos, después de aprender un poco en la escuela, piensan que están listos para graduarse; piensan que saben todo lo que es digno de saberse. No debemos pensar que tan pronto como somos bautizados estamos listos para graduarnos era la escuela de Cristo. Cuando hemos aceptado a Cristo, y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos hemos comprometido a servir a Dios, el Padre, a Cristo y al Espíritu Santo -los tres signatarios y potestades del cielo-, ellos se comprometen a que toda capacidad nos será dada si cumplimos con nuestros votos bautismales de salir "de en medio de ellos" y de apartarnos y no tocar "lo inmundo". Cuando somos leales a nuestros votos, él dice: "Yo os recibiré" (MS 85, 190 l).
3-4.
Ver EGW com. Deut. 26: 18.
3-5.
Ver EGW com. Mar. 16: 1-2.
15.
Ver EGW com. cap. 3: 3.
19, 22 (1 Tes. 3: 13; 4: 7; Heb. 12: 14). Integridad ante Dios.
La santidad es integridad ante Dios. El alma se rinde a Dios. La voluntad, y aun los pensamientos son puestos en sujeción a la voluntad de Cristo. El amor de Jesús llena el alma, y fluye constantemente en una corriente clara y refrigerante para alegrar los corazones de otros (MS 33, 1911).
23. Se oyó una voz en el cielo.
La transgresión puso a todo el mundo en riesgo, bajo la sentencia de muerte; pero en el ciclo se oyó una voz que decía: "He encontrado un rescate" (Carta 22, 1900).
CAPÍTULO 7
7.
Ver EGW com. 2 Cor. 3: 7-18.
7-9 (Fil. 3: 5-6; Sant. 1: 23-25). El cambio maravilloso de Pablo.
Pablo dice que "en cuanto a ley" -en lo que respecta a actos externos- era "irreprensible"; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, cuando se miró en el santo espejo, se vio a sí mismo pecador. Juzgado por una norma humana, se había abstenido de pecado; pero 1076 cuando miró dentro de las profundidades de la ley de Dios, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa. No se apartó del espejo ni se olvidó qué clase de hombre era, sino que experimentó verdadero arrepentimiento ante Dios y tuvo fe en nuestro Señor Jesucristo. Fue lavado, fue limpiado. Dice: "Tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí".
El pecado entonces apareció en su verdadero horror, y desapareció su amor propio. Se volvió humilde. Ya no se atribuyó más bondad y mérito a sí mismo. Dejó de tener más alto concepto de sí mismo que el que debía tener, y atribuyó toda la gloria a Dios. No tuvo más ambición de grandezas. Dejó de desear venganza, y no fue más sensible al reproche, al desdén o al desprecio. No buscó más la unión con el mundo, posición social u honores. No derribó a otros para ensalzarse él. Se volvió manso, condescendiente, dócil y humilde de corazón, porque había aprendido su lección en la escuela de Cristo. Hablaba de Jesús y su amor incomparable, y crecía más y más a su imagen. Dedicaba todas sus energías a ganar almas para Cristo. Cuando le sobrevenían pruebas debido a su abnegada labor por las almas, se inclinaba en oración y aumentaba su amor por ellas. Su vida estaba escondida con Cristo en Dios, y amaba a Jesús con todo el ardor de su alma. Amaba a cada iglesia; se interesaba en cada miembro de iglesia, pues consideraba que cada alma había sido comprada con la sangre de Cristo (RH 22-7-1890).
9. La ley de Dios no murió.
El apóstol Pablo al relatar sus experiencias presenta una importante verdad acerca de la obra que debe efectuarse en la conversión. Dice: "Yo sin la ley vivía en un tiempo -no sentía ninguna condenación-; pero venido el mandamiento -cuando la ley de Dios se manifestó con fuerza en su conciencia-, el pecado revivió y yo morí". Entonces se consideró pecador, condenado por la ley divina. Obsérvese que fue Pablo el que murió, y no la ley ( 4SP 297 ).
12 (cap. 3: 25; Efe. 1: 7). La ley mantiene su dignidad.
A través del plan de salvación la ley mantiene su dignidad al condenar al pecador, y el pecador puede ser salvado mediante la propiciación de Cristo por nuestros pecados, "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados". La ley no ha sido cambiada en ningún sentido, para amoldarse al hombre en su condición caída. Permanece como siempre ha sido: santa, justa y buena (RH 23 -5 -1899).
CAPÍTULO 8
11 (Mat. 26: 39; Luc. 22: 42-43; ver EGW com. 1 Cor. 15: 20,40-52). Una copa de bendición.
"Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su espíritu que mora en vosotros". ¡Oh, cuán preciosas son estas palabras para toda alma acongojada! Cristo es nuestro Guía y Consolador, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Cuando nos da un trago amargo para beber, también sostiene una copa de bendición ante nuestros labios. Cuando creemos llena el corazón de sumisión, gozo y paz, y nos capacita para decir sumisamente: Oh Señor, no se haga mi voluntad sino la tuya (Carta 65a, 1894).
13.
Ver EGW com. 1 Cor. 9: 24-27.
15-21 (1 Tim. 1: 9-10; Sant. 1: 22-25; ver EGW com. 2 Cor. 3: 6-9). Los transgresores están bajo un yugo, no los obedientes.
Pablo describe en su epístola a Timoteo exactamente a los hombres que están bajo el yugo de la ley: son los transgresores de la ley. Los llama transgresores, desobedientes, pecadores, impíos, profanos, homicidas, adúlteros, mentirosos y todos los que se apartan de la sana doctrina (1 Tim. 1: 9-10).
La ley de Dios es el espejo que le muestra al hombre los defectos de su carácter. Pero a los que se complacen en la injusticia no les es agradable ver su deformidad moral. No aprecian a este fiel espejo porque les revela sus pecados; por lo tanto, en vez de entrar en guerra contra sus mentes carnales, combaten contra el espejo verdadero y fiel que les dio Jehová precisamente con el propósito de que no sean engañados, sino para que se les revelen sus defectos de carácter.
El descubrimiento de estos defectos, ¿debiera inducirles a odiar el espejo o a odiarse a sí mismos? ¿Debieran rechazar el espejo que descubre sus defectos? No. Los pecados en que se complacen, que el fiel espejo les muestra que existen en su carácter, cerrarán ante 1077 ellos los portales del cielo a menos que sean desechados y lleguen a ser perfectos ante Dios (RH 8-3-1870).
(Gál. 4: 24-31; 5: 1.) Obediencia, no yugo.
Nadie que cree en Jesucristo está bajo el yugo de la ley de Dios, pues su ley es una ley de vida, no de muerte, para los que obedecen sus preceptos. Todos los que comprenden la espiritualidad de la ley, todos los que se dan cuenta de que el poder de ésta es un detector del pecado, están en una condición de impotencia igual a la de Satanás a menos que acepten la expiación que se les ofrece en el sacrificio reparador de Jesucristo, el cual es nuestra completa expiación delante de Dios.
Mediante la fe en Cristo se hace posible obedecer cada principio de la ley (MS 122, 1901).
(Gál. 3: 6-9.) El yugo de la religión legal.
El espíritu de servidumbre se engendra cuando se procura vivir de acuerdo con una religión legal, mediante esfuerzos para cumplir las demandas de la ley por nuestra propia fuerza. Sólo hay esperanza para nosotros cuando nos ponemos bajo el pacto hecho con Abrahán, que es el pacto de gracia por la fe en Cristo Jesús. El Evangelio predicado a Abrahán, por medio del cual tuvo esperanza, es el mismo Evangelio que nos es predicado a nosotros hoy, mediante el cual tenemos esperanza. Abrahán contempló a Jesús, quien es también el Autor y Consumador de nuestra fe (YI 22-9-1892).
17 (Gál. 4: 7). Privilegios para los hijos obedientes de Dios.
Dios ama a sus hijos obedientes. Tiene un reino preparado, no para súbditos desleales, sino para sus hijos que él ha probado y purificado en un mundo maleado y corrompido por el pecado. Como hijos obedientes tenemos el privilegio de tener relación con Dios. "Si hijos -dice él- también herederos" de una herencia inmortal... Cristo y su pueblo son uno (Carta 119, 1897).
18.
Ver EGW com. 2 Cor. 4: 17-18.
22.
Ver EGW com. Gén. 3: 17-18.
26.
Ver EGW com. Mat. 3: 13-17.
26, 34 (Efe. 5: 2; Heb. 7: 24-28; 8: 1-2; 9: 24; 1 Juan 2: 1; Apoc. 8: 3-4; ver EGW com. Hech. 1: 11; Heb. 7: 25). Intercesión de Cristo y de su Espíritu.
Se presenta a Cristo Jesús como que está continuamente de pie ante el altar, ofreciendo momento tras momento el sacrificio por los pecados del mundo. El es ministro del verdadero tabernáculo que el Señor levantó y no el hombre. Las sombras simbólicas del tabernáculo judío ya no tienen virtud alguna. No se necesita hacer más una expiación simbólica diaria y anual, pero es esencial el sacrificio expiatorio mediante un Mediador debido a que constantemente se cometen pecados, Jesús está oficiando en la presencia de Dios, ofreciendo su sangre derramada, como si hubiera sido un cordero [literal] sacrificado. Jesús presenta la oblación ofrecida por cada culpa y por cada falta del pecador.
Cristo, nuestro Mediador, y el Espíritu Santo, constantemente están intercediendo en favor del hombre; pero el Espíritu no ruega por nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada desde la fundación del mundo; el Espíritu actúa sobre nuestros corazones extrayendo oraciones y arrepentimiento, alabanza y agradecimiento. La gratitud que fluye de nuestros labios es el resultado de que el Espíritu hace resonar las cuerdas del alma con santos recuerdos que despiertan la música del corazón.
Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la contrita confesión del pecado, ascienden de los verdaderos creyentes como incienso hacia el santuario celestial; pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad se contaminan tanto, que a menos que se purifiquen con sangre nunca pueden tener valor ante Dios. No ascienden con pureza inmaculada, y a menos que el Intercesor que está a la diestra de Dios presente y purifique todo con su justicia, no son aceptables a Dios. Todo el incienso que procede de los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las gotas purificadoras de la sangre de Cristo. El sostiene ante el Padre el incensario de sus propios méritos en el cual no hay mancha de contaminación terrenal. El junta en el incensario las oraciones, la alabanza y las confesiones de su pueblo, y con ellas pone su propia, justicia inmaculada. Entonces asciende el incienso delante de Dios completa y enteramente aceptable, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo. Entonces se reciben bondadosas respuestas.
Ojalá todos pudieran comprender que todo lo que hay en la obediencia, la contrición, la alabanza y el agradecimiento, debe ser colocado sobre el resplandeciente fuego de la justicia de Cristo. La fragancia de esa justicia asciende como una nube alrededor 1078 del propiciatorio (MS 50, 1900).
29 (2 Cor. 3: 18; Col. 3: 10). La imagen moral de Dios restaurada mediante Cristo.
Aunque la imagen de Dios fue casi borrada por el pecado de Adán, puede ser renovada mediante los méritos y el poder de Jesús. El hombre puede estar en su carácter a la altura de la imagen de Dios, pues Dios se la dará. A menos que se vea en el hombre la imagen moral de Dios, aquél nunca podrá entrar como vencedor en la ciudad de Dios (RH 106-1890).
29-30.
Ver EGW com. Efe. 1: 4-5, 11.
34 (Heb. 7: 25; 1 Juan 2: 1; ver EGW com. Mat. 28: 18). Guardado por las intercesiones de Cristo.
Todo el que desee librarse de la esclavitud y del servicio de Satanás y quiera estar bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emanuel, será protegido por las intercesiones de Cristo. Cristo, como nuestro Mediador a la diestra del Padre, siempre nos tiene en cuenta, pues es tan necesario que nos guarde mediante su intercesión como que nos haya redimido con su sangre. Si él deja de sostenernos por sólo un momento, Satanás está listo para destruirnos. A los que han sido comprados con su sangre los guarda ahora mediante su intercesión (MS 73, 1893).
(Efe. 5: 2; Heb. 7: 25-27; 9: 23-26; 13: 15; Apoc. 8: 3-4.) Necesidad constante de la intercesión de Cristo.
Cristo era el fundamento de todo el sistema judaico. En el servicio del sacerdocio judío continuamente senos recuerda el sacrificio y la intercesión de Cristo. Todos los que hoy acuden a Cristo, deben recordar que los méritos de él son el incienso que se mezcla con las oraciones de los que se arrepienten de sus pecados y reciben perdón, misericordia y gracia. Nuestra necesidad de la intercesión de Cristo es constante. Día tras día, mañana y tarde, el corazón humilde necesita elevar oraciones que recibirán respuestas de gracia, paz y gozo. "Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios" (MS 14, 1901).
(Juan 14: 6; 1 Tim. 2: 5; Heb. 9: 11-14.) Revestidos con las vestimentas sacerdotales de Cristo.
Cristo es el eslabón de unión entre Dios y el hombre. Ha prometido su intercesión personal empleando su nombre. Coloca toda la virtud de su justicia al lado del suplicante. Cristo ruega por el hombre, y el hombre necesitado de la ayuda divina, ruega por sí mismo en la presencia de Dios usando el poder de la influencia de Aquel que dio su vida por el mundo. Cuando reconocemos ante Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, se añade fragancia a nuestras intercesiones. ¡Oh, quién puede valorar esta gran misericordia y amor! Al acercarnos a Dios mediante la virtud de los méritos de Cristo, estamos revestidos con sus vestiduras sacerdotales. El nos coloca cerca de su lado rodeándonos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se aferra del trono del infinito. Sus méritos, como fragante incienso, los pone en un incensario en nuestras manos, para estimular nuestras peticiones. Promete escuchar y responder nuestras súplicas.
Si, Cristo se ha convertido en el intermediario de la oración entre el hombre y Dios. También se ha convertido en el intermediario de las bendiciones entre Dios y el hombre. Ha combinado la divinidad y la humanidad. Los hombres deben ser colaboradores con Dios en la salvación de sus propias almas, y luego deben hacer fervientes, perseverantes e incansables esfuerzos para salvar a los que están a punto de perecer (Carta 22, 1898).
CAPÍTULO 9
5.
Ver EGW com. Juan 1: 1-3.
CAPÍTULO 10
5.
Ver EGW com. Deut. 6: 6-9.
CAPÍTULO 11
Los judíos no deben ser pasados por alto.
La obra para los judíos, tal como se bosqueja en el capítulo once de Romanos, es una obra que debe ser tratada con sabiduría especial. Es una obra que no debe ser pasada por alto. La sabiduría de Dios debe venir a nuestro pueblo. Con toda sabiduría y rectitud debemos despejar el camino del Rey. A los judíos debe dárseles la oportunidad de acudir a la luz (Carta 96, 1910).
4-6 (Efe. 1: 4-5, 11; 1 Ped. 1: 2; 2 Ped. 1: 10). Obrando de acuerdo con las condiciones de la elección.
Si obramos de acuerdo con, las condiciones que ha establecido el 1079 Señor, aseguraremos nuestra elección para salvación. Perfecta obediencia a sus mandamientos es la evidencia de que amamos a Dios y no estamos endurecidos en el pecado.
Cristo tiene una iglesia en cada era. En la iglesia hay quienes no han mejorado en ningún sentido por su relación con ella. Ellos mismos quebrantan los términos de su elección. La obediencia a los mandamientos de Dios nos da derecho a los privilegios de su iglesia (MS 166, 1898).
5 (Juan 15: 4). La única elección de la Biblia.
[Se cita Juan 15: 4] Ahora bien, he aquí las más preciosas joyas de verdad para cada uno de nosotros individualmente. He aquí la única elección de la Biblia, y podéis demostrar que habéis sido elegidos por Cristo siendo fieles; podéis demostrar que habéis sido escogidos por Cristo permaneciendo en la vid (MS 43, 1894).
33 (Job 11:7; 1 Cor. 2: 7-14; ver EGW com. Job 38; 1 Cor. 13: 12). Un límite donde terminan los recursos del hombre.
El deber y el privilegio de todos es usar la razón hasta donde puedan llegar las facultades limitadas del hombre; pero hay un límite donde deben terminar los recursos del hombre. Hay muchas cosas que no pueden ser resueltas por el intelecto más poderoso ni discernidas por la mente más penetrante. La Filosofía no puede discernir los caminos y las obras de Dios; la mente humana no puede medir lo infinito.
Jehová es la fuente de toda sabiduría, de toda verdad, de todo conocimiento. Hay blancos elevados que el hombre puede alcanzar en esta vida mediante la sabiduría que imparte Dios, pero hay un infinito más allá que será el estudio y el gozo de los santos a través de los siglos eternos. El hombre sólo puede permanecer ahora en las orillas de esa vasta expansión, y dejar que la imaginación emprenda su vuelo. El hombre limitado no puede sondear las cosas profundas de Dios, pues las cosas espirituales se disciernen espiritualmente. La mente humana no puede abarcar la sabiduría y el poder de Dios (RH 29-12-1896).
(Juan 17: 3.) Evítense conjeturas en la búsqueda de Dios.
El talento humano y las conjeturas humanas mediante investigaciones han tratado de descubrir a Dios; pero las conjeturas han demostrado que en sí mismas no son sino conjeturas. El hombre no puede descubrir a Dios mediante investigaciones. Este problema no ha sido dado a los seres humanos. Todo lo que el hombre necesita conocer y puede conocer de Dios ha sido revelado en su Palabra y en la vida de su Hijo, el gran Maestro.
Recuerden los hombres que tienen un gobernante en los cielos, un Dios con quien no se puede jugar. El que esfuerza su razón en un intento de ensalzarse a sí mismo y describir a Dios, descubrirá que hubiera sido mucho mejor que permaneciera como un humilde suplicante ante Dios, que confesara que sólo es un falible ser humano.
Dios no puede ser entendido por los hombres. Los caminos y las obras de Dios son inescrutables. Podemos hablar en cuanto a las revelaciones que él ha hecho de sí mismo en su Palabra, pero fuera de esto digamos de él: Tú eres Dios, y tus caminos son inescrutables.
Hay un conocimiento de Dios y de Cristo que deben poseer todos los que son salvados. "Esta es la vida eterna -dijo Cristo-: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado".
La pregunta que debemos estudiar es: ¿qué es verdad, la verdad para este tiempo, que debe ser albergada, amada, honrada y obedecida? Los partidarios de la ciencia han sido derrotados y se han descorazonado en su esfuerzo por descubrir a Dios. Lo que necesitan preguntar es: ¿qué es verdad? (MS 124, 1903).
CAPÍTULO 12
Un sermón escrito para nuestra instrucción.
Sería provechoso para nosotros un estudio del capítulo doce de Romanos. Es un sermón del apóstol Pablo, escrito para nuestra instrucción (MS 50, 1903).
1.
Ver EGW com. Exo. 20: 1-17.
1-2 (cap. 1: 20; Sal. 19: 1-4). Las obras de Dios son los maestros de Dios.
[Se cita Rom. 12: 1-2.] ¿Qué es lo que hace Dios, y qué es lo que pide de nosotros individualmente en la obra de salvarnos? Dios obra en nosotros mediante la luz de su verdad que ilumina a cada hombre que viene al mundo. Las Escrituras se refieren a las obras de Dios tal como se revelan en nuestro mundo, como si fueran otros tantos maestros cuyas voces se han propagado por toda la tierra proclamando los atributos de Dios. La mente debe comprender la verdad y la voluntad debe inclinarse ante sus demandas, cuando se nos 1080 presenta basada en pruebas bíblicas (MS 49, 1898).
2 (1 Cor. 4: 9; Fil. 2: 12-13). Buenos frutos son la prueba.
El hombre, el hombre caído, puede ser transformado por la renovación de la mente, de modo que pueda comprobar "cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". ¿Cómo comprueba esto? Por el Espíritu Santo que toma posesión de su mente, espíritu, corazón y carácter. ¿Dónde se hace esta comprobación? "Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres". Una verdadera obra es llevada a cabo por el Espíritu Santo en el carácter humano, y se ven sus frutos.
Así como un buen árbol dará buenos frutos, así el árbol que realmente es plantado en el huerto del Señor producirá buenos frutos para vida eterna. Los pecados que nos rodean son vencidos; no se permiten en la mente malos pensamientos; los malos hábitos son eliminados del templo del alma. Las tendencias que se han torcido en una dirección equivocada, vuelven a encaminarse por el sendero correcto. Se cambian las disposiciones y sentimientos equivocados; se reciben nuevos principios de acción y hay una nueva norma de carácter. Disposiciones santas y emociones santificadas son el fruto que da ahora el árbol cristiano. Se ha efectuado una transformación completa. Esta es la obra que debe realizarse.
Comprendemos por experiencia que por nuestra propia fuerza humana no tienen valor las resoluciones y los propósitos. ¿Debemos, pues, abandonar nuestros esfuerzos decididos? No; aunque nuestra experiencia testifique que es imposible que hagamos esta obra por nosotros mismos, la ayuda depende de Aquel que es poderoso para hacerla por nosotros. Pero la única forma en que podemos conseguir la ayuda de Dios es poniéndonos completamente en sus manos, y confiando en que él obre por nosotros. Cuando nos aferramos a él por fe, él hace la obra. El creyente sólo puede confiar. A medida que Dios obra, podemos obrar confiando en él y haciendo su voluntad (MS 1a, 1890).
3. Las semillas de glorificación propia producen una cosecha segura.
[Se cita Rom. 12: 3, 10, 9.]. . . Las formas de incredulidad son variadas, pues Satanás aguarda cada oportunidad para inculcarnos algunas de sus características. En el corazón humano hay la tendencia a ensalzarse o vanagloriarse si el éxito acompaña a los esfuerzos hechos; pero el ensalzamiento propio no puede hallar lugar en la obra de Dios. Cualquiera sea vuestra inteligencia, no importa cuán ferviente y arduamente podáis trabajar, a menos que desechéis vuestras tendencias al orgullo y os sometáis a ser conducidos por el Espíritu de Dios, estaréis en el terreno donde se pierde.
La muerte espiritual del alma se manifiesta por orgullo espiritual y una vida de invalidez. Los que llevan una vida tal rara vez trazan caminos derechos para sus pies. Si se fomenta el orgullo, se llegan a contaminar precisamente las cualidades de la mente que la gracia, si se hubiera recibido, habría convertido en una bendición. Las mismas victorias que hubieran sido sabor de vida para vida si la gloria hubiese sido dada a Dios, se empañan con la gloria propia. Estas cosas pueden parecer pequeñas, indignas de ser tomadas en cuenta, pero la semilla así esparcida trae una segura cosecha. Estos pequeños pecados, tan comunes que a menudo pasan sin ser notados, son los que Satanás usa en su servicio (MS 47, 1896).
(Heb. 11: 1.) La fe es don de Dios.
La fe no es un mérito nuestro: es don de Dios que podemos recibir y fomentar haciendo de Cristo nuestro Salvador personal. Podemos rechazar el don y hablar de dudas y entristecernos fomentando incredulidad; pero esto se convertirá en una barrera insuperable que nos aleja separándonos del Espíritu de Dios y cierra nuestro corazón a su luz y a su amor (ST 19-5-1898).
11.
Ver EGW com. Mar. 12: 30.
12.
Ver EGW com. Neh. 2: 4.
17 (2 Cor. 8: 21; 1 Ped. 2: 12). Los honrados son sus joyas para siempre.
La veracidad y la sinceridad siempre debieran ser abrigadas por todos los que pretenden ser seguidores de Cristo. El lema debiera ser Dios y lo correcto. Proceded honrada y correctamente en este presente mundo malo. Algunos serán honrados cuando vean que la honradez no pone en peligro sus intereses mundanales, pero serán borrados del libro de la vida los nombres de todos los que procedan de acuerdo con este principio.
Debe cultivarse una estricta honradez. No podemos pasar por el mundo sino una vez; no podemos regresar para rectificar error alguno; por lo tanto, cada paso que andemos debiera darse con temor piadoso y cuidadosa consideración. La honradez y la costumbre 1081 no están en armonía. O la costumbre es subyugada para que la verdad y la honradez sostengan los principios de control, o la costumbre asumirá el control y la honradez cesará de dirigir. Ambas no pueden actuar al mismo tiempo; nunca pueden estar de acuerdo. Cuando Dios junte sus joyas -los veraces, los sinceros, los honrados-, serán sus escogidos, sus tesoros. Los ángeles están preparando coronas para los tales, y la luz procedente del trono de Dios se reflejará en su esplendor que fluye de esas diademas adornadas con estrellas semejantes a piedras preciosas (RH 29-12-1896).
19 (Sal. 119. 126; Luc. 18: 1-7; Apoc. 6: 9). Protector y vengador.
Cuando la oposición obstinada a la ley de Dios sea casi universal, cuando su pueblo sea oprimido con aflicciones por sus prójimos, Dios se interpondrá. Entonces se oirá la voz desde las tumbas de los mártires, representados por las almas que Juan vio muertas por la Palabra de Dios y por el testimonio de Jesucristo que sostuvieron; entonces ascenderá la oración de cada verdadero hijo de Dios: "Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley".
Serán contestadas las fervientes oraciones de sus hijos, pues a Dios le agrada que los suyos lo busquen de todo corazón y dependan de él como su libertador. Será buscado para que haga estas cosas para los suyos, y él se levantará como su protector y vengador.
"¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?" (RH 21 -12 - 1897).
CAPÍTULO 13
1. Dios, el Gobernante de todas las naciones.
¿Quién, pues, ha de ser considerado como el Gobernante de las naciones? ¡El Señor Dios omnipotente! Todos los reyes, todos los gobernantes, todas las naciones le pertenecen, y están bajo su dominio y gobierno (MS 119, 1903).
1-7. Los gobernantes son siervos de Dios.
Una de las cosas más deplorables que suceden en la tierra es el hecho de que hay gobernantes soberbios y Jueces injustos. Se olvidan de que están bajo la autoridad del gran Gobernante, el Dios omnisciente, y que él está por sobre todo gobernante, príncipe, soberano o rey
Los gobernantes son siervos de Dios, y deben actuar como quienes aprenden de él. Para bien de ellos deben seguir Fielmente el claro "Así dice Jehová", conservando el camino del Señor para hacer justicia y juicio. Deben desempeñar su cargo sin parcialidad y sin hipocresía, no dejándose comprar ni vender, rechazando todo soborno y manteniendo su independencia moral y su dignidad ante Dios. No deben tolerar ningún acto de fraude o injusticia. No deben cometer ningún acto vil o injusto, ni apoyar los actos de opresión de otros. Los gobernantes sabios no permitirán que el pueblo sea oprimido debido a la envidia y celos de los que menosprecian la ley de Dios... Todos deben tener en cuenta la eternidad, y no deben proceder en una forma tal que Dios no pueda ratificar su proceder en los atrios celestiales (RH 1-10-1895).
14. No debe haber una piedad dudosa entre los verdaderos creyentes.
Los cristianos sinceros no practican una piedad dudosa. Se han revestido del Señor Jesucristo, y no dan lugar a la carne para ceder ante sus concupiscencias. Acuden a Jesús constantemente en busca de sus órdenes, como un siervo acude a su amo o una sierva a su ama. Dondequiera que los conduzca la providencia de Dios, están listos para ir. No se atribuyen la gloria a sí mismos. No consideran como suyo nada que posean -Conocimiento, talentos, propiedades-, sino que se consideran sólo como mayordomos de la multiforme gracia de Cristo y siervos de la iglesia por causa de Cristo. Son mensajeros del Señor, luz en medio de las tinieblas. Sus corazones laten al unísono con el gran corazón de Cristo (MS la, 1890).
CAPÍTULO 14
10.
Ver EGW com. 2 Cor. 5: 10.
11.
Ver EGW com. cap. 3: 19.
CAPÍTULO 16
25 (Efe. 3: 9-11; Col. 1: 26-27; ver EGW com. 2 Cor. 12: 1-4). El propósito eterno de Dios.
Dios tenía un conocimiento de los sucesos del futuro aun antes de la creación del mundo. No hizo que sus propósitos se amoldaran a las circunstancias, sino que permitió que las cosas se desarrollaran y produjeran su resultado. No actuó para causar un cierto estado de cosas, sino que sabía que existiría una condición tal. El plan que debía llevarse a cabo al producirse la defección de cualquiera 1082 [uno] de las elevadas inteligencias del cielo. . . es el secreto, el misterio que ha estado oculto desde hace siglos. Y según los propósitos eternos se preparó una ofrenda para que hiciera precisamente la obra que Dios ha hecho a favor de la humanidad caída (ST 25-3-1897).
(Gén. 3: 15; Efe. 3: 9-11; Col. 1: 26-27; ver EGW com. Jer. 23: 28.) El misterio oculto desde siglos eternos.
La encarnación de Cristo es un misterio. La unión de la divinidad con la humanidad ciertamente es un misterio, oculto con Dios, "misterio escondido desde los siglos". Fue guardado en silencio eterno por Jehová, y primero fue revelado en el Edén mediante la profecía de que la Simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, y que ésta la heriría en el calcañar.
Presentar al mundo este misterio que Dios mantuvo en silencio durante siglos eternos, antes de que el mundo fuera creado, antes de que el hombre fuera creado, era la parte que Cristo debía cumplir en la obra que él emprendió cuando vino a esta tierra. Y este maravilloso misterio, la encarnación de Cristo y la expiación que él hizo, debe ser declarado a cada hijo y a cada hija de Adán... Los sufrimientos de Cristo satisficieron perfectamente las demandas de la ley de Dios (ST 30-1-1912).
(1 Tim. 3: 16.) Misterio de todos los misterios.
La encarnación de Cristo es el misterio de todos los misterios (Carta 276, 1904).
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